Recuerdo cuando era muy pequeña, supongamos unos 20 años atrás cuando vivía con mis abuelos paternos, aunque no vivíamos en la misma casa, pero sí compartíamos el mismo jardín trasero.
Mi abuela lavaba mucho, pero mucho, tenía como tres lavadoras y siempre sacaba y sacaba muchas sabanas blancas y una que otra con patrones raros, bueno en aquel entonces todo se me hacia raro.
Cuando las tendía en los tendederos en aquel patio se secaban rapidísimo y el sol estaba en lo que uno puede decir, su máxima potencia, la ropa y las sábanas se secaban en minutos. Y antes de que le fuera con la noticia a mi nana me ponía en medio de todas las sábanas y cerraba mis ojos, dejaba que la tela de aquellos ángeles me acariciaran mi rostro y mis flacos brazos. Que mis cabellos partieran con ellos e imaginarme que me arroparian y volaría.
Pero claro, nunca sucedia, pero la imaginación me permitía hacerlo. Después de que me sentí mareada de andar en el sol, dando vueltas entre los tendederos, volvía dentro de la casa de mis abuelos, me metía a la cocina y buscaba a mi nana: “Nana, la ropa ya se quemó”. Ella se asustaba y saliía corriendo, para encontrarse que nada se habia quemado. Pero después le aclaré que yo decía eso porque sentía que me quemaba cada vez que estaba bajo el Sol, y creía que las sábanas sentían lo mismo que yo.