Recuerdo cuando estaba en kindergarten y siempre mi mamá o mi papá nos llevan a mi hermana y a mí a una tienda de libros, si mal no recuerdo se llamaba “Librolandia”, yo me sentía bien contenta cada vez que íbamos ahí, era como estar en el paraíso del conocimiento.
En una de esas ocasiones, me gustó mucho un libro que te decía paso a paso cómo hacer una muñeca, yo tendría unos 4 años y sabía leer pero despacio, me llamó tanto la atención la cubierta del libro que fui a buscar un banquito para bajarlo del estante. Me senté en el piso y me puse a ojearlo lentamente. Además no estaba tan apurada por verlo ya que cuando íbamos con cualquiera de mis padres ellos se entretenían bastante.
Cuando creí que con lo que había visto era suficiente, volteé a todas direcciones para buscar a mis papás, y es que me sucede que cuando voy con alguien y paso por una librería o alguna tienda que venda algo que me guste mucho, se me olvida por completo que ando con alguien y ni le aviso para que no se preocupe buscándome.
Me acerqué a mi mamá y le jalé la falda del vestido, ella voltió a verme con cara de saber qué era lo que le diría. Se agachó y le conté lo que había encontrado, que había encontrado el secreto de cómo hacer muñecas con telas, hilos, algodón (así le llamaba antes al relleno), y cómo hacerles su cabellera y carita.
Deseaba que me dijera que sí sin pensarlo, pero me lo pidió para verlo ella, lo ojeó varias veces, muy seguramente le vió la etiqueta del precio, lo cual yo en ese entonces no sabía mucho sobre el comercio. Checó su monedero y me dijo que le dijera a mi papá si le daba “1000 pesos” para que le alcanzara para el libro. Pero qué barbaridad, lo que uno no compraba con 1000 pesos en los 80’s y principios de los 90’s antes del 94′.